Si alguna vez escuchaste la palabra "lepra" y no supiste qué significaba, no estás solo. La lepra, también llamada enfermedad de Hansen, es una infección crónica causada por la bacteria Mycobacterium leprae. Aunque su fama está llena de mitos, la realidad es mucho más sencilla: hoy se puede diagnosticar y curar con antibióticos.
Lo primero que debes notar son los cambios en la piel. Aparecen manchas pálidas o rojizas que no se vuelven rosadas al tocarse. A veces la zona pierde sensibilidad, lo que significa que no sientes calor, frío o dolor. Si notas que una zona de tu piel se adormece o que tienes pérdida de vello en áreas pequeñas, es señal de alerta.
Otro síntoma frecuente son los engrosamientos de los nervios. Puedes sentir hormigueo o sensación de entumecimiento en manos y pies. En algunos casos, los nervios se vuelven visibles como cordones bajo la piel. Estas alteraciones pueden provocar debilidad muscular y, si no se tratan, deformidades.
La lepra se transmite por gotitas de la nariz y la boca de una persona infectada, pero solo ocurre después de un contacto muy cercano y prolongado. No se propaga por tocar objetos, compartir alimentos o a través del aire como la gripe. Por eso, la mayoría de la gente nunca la contrae.
Los factores que aumentan el riesgo son la exposición prolongada a una persona con lepra no tratada y vivir en áreas donde la enfermedad sigue presente, como algunas regiones de Asia, África y América Latina. El sistema inmunitario débil también facilita que la bacteria se establezca.
El tratamiento estándar se llama terapia multibloque (MDT) y combina tres antibióticos: rifampicina, dapsona y clofazimina. Esta combinación, administrada durante 6 a 12 meses, elimina la bacteria en casi todos los casos. Después del tratamiento, la mayoría de los pacientes dejan de ser contagiosos.
Es crucial iniciar la terapia cuanto antes. Cuanto más temprano se detecte, menos daño se produce en los nervios y menos probabilidad hay de que aparezcan deformidades. Los médicos también recomiendan fisioterapia y ejercicios suaves para mantener la movilidad y prevenir contracturas.
El autocuidado ayuda mucho. Mantén la piel limpia y evita lesiones, porque la pérdida de sensibilidad puede impedir que notes cortes o quemaduras. Usa ropa cómoda, calzado que no apriete y revisa tus pies a diario para detectar cualquier problema.
En cuanto a la vida social, no hay que aislarse. Una persona que ha completado la MDT ya no es contagiosa, así que puede volver a sus actividades habituales sin temor. Sin embargo, es importante seguir las indicaciones médicas y asistir a controles regulares.
Si sospechas que tú o alguien cercano puede tener lepra, acude a un centro de salud. El diagnóstico se confirma con una biopsia de piel o un examen de sangre especializado. El médico te explicará el plan de tratamiento y responderá todas tus dudas.
En resumen, la lepra es una enfermedad tratable y curable. Conocer sus signos, buscar atención temprana y seguir la terapia adecuada, permite vivir una vida normal sin complicaciones. No dejes que el miedo o los mitos te alejen de la información correcta; la salud está en tus manos.
Explora cómo pintores, escultores y escritores han retratado la lepra a lo largo de los siglos, reflejando su estigma y la evolución de su tratamiento.
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